jueves, 28 de noviembre de 2013

THE SHOT


Los aficionados de los Utah Jazz se dirigían al Delta Center de Salt Lake City el 14 de junio de 1998 buscando apoyar a su equipo para hacer historia. El objetivo era claro: ganar y jugar el partido definitivo de nuevo en casa. Querían el anillo que la temporada pasada ya les fuera arrebatado. ¿Por quién? Por los mismos que hoy volvían a Salt Lake City. Buscaban venganza, y para conseguirla tendrían que hacer valer su fama como una de las aficiones más duras y ruidosas de toda la NBA. Estaban en lo cierto, iban a presenciar historia de la NBA, pero desafortunadamente para ellos no podrían disfrutarla, simplemente tendrían que sufrirla en sus carnes.

El reto al que se enfrentaban tanto los jugadores como la gente de Salt Lake City era mayúsculo, pues lo que había enfrente eran palabras mayores. Haciendo honor al color de su uniforme, los Chicago Bulls venían a hacer sangre, acabar con su rival y conseguir el campeonato. Comandando la expedición, su majestad del aire: Michael Jeffrey Jordan. El objetivo: tercer anillo consecutivo, sexto para su colección. Sólo una victoria les separaba de alcanzarlo, pero tendría que ser en el Delta Center. Cancha complicada, pero dos oportunidades para lograrlo.

Las espadas estaban en todo lo alto tras los cinco partidos anteriores. Dos jugadores por bando destacaban por encima del resto, llevando a cabo su particular duelo dentro del duelo mayor.

Por parte los de Utah, el dúo inseparable, la “computadora” y el “cartero”, los maestros del pick and roll. John Stockton  y Karl Malone. Uno era pequeño, blanco, de apariencia frágil y endeble y totalmente lampiño. El otro era alto, negro, muy físico y atlético y con su bigote marca de la casa. A priori tenían poco en común, pero en la cancha se entendían como si fueran la misma persona. John siempre sabía lo que Karl iba a hacer, y Karl comprendía qué era lo que John tenía en mente. La simbiosis perfecta entre base y pívot.
John Stockton. En Chicago, Michael Jordan llevaba la voz cantante sin ningún tipo de discusión. Era el líder, el único líder. Pero a su lado siempre estaba su fiel escudero, alguien que hacía de todo y todo bien: Scottie Pippen. Siempre presto a acudir al rescate de su capitán, del amo de los Bulls. Si Jordan no estaba bien, algo que raras veces pasaba, el equipo tenía la certeza de que Pippen siempre estaría ahí.

El Delta Center estaba lleno hasta la bandera. La expectación era máxima, y nadie quería perderse éste partido. Los quintetos iniciales, sin sorpresas: John Stockton, Jeff Hornacek, Byron Russell, Adam Keefe y Karl Malone en la franquicia mormona. En Chicago: Ron Harper, Michael Jordan, Scottie Pippen, Tony Kukoc y Luc Longley. A los mandos en los banquillos, Jerry Sloan y Phil Jackson respectivamente.
Había llegado la hora de la verdad. Los diez jugadores ya estaban en pista. Los tres árbitros de la contienda ya les acompañaban, listos para su tarea de imponer justicia. Luc Longley y Karl Malone frente a frente en el centro del parquet. Balón al aire y Longley consigue que la primera posesión sea para Chicago. Daba comienzo el choque, 48 minutos de baloncesto. 48 minutos para hacer historia.

A partir de ese momento, el choque fue muy parejo, y las canastas de uno y otro bando se iban sucediendo. Ningún equipo conseguía abrir brecha en el marcador, y ninguna ventaja fue superior a los 10 puntos a lo largo de todo el encuentro. La tensión se palpaba en el ambiente, en los rostros de los jugadores y de cada uno de los más de 19.000 aficionados allí presentes. Toda decisión arbitral era protestada, tanto de uno como otro bando. Y con esa igualdad máxima llegaríamos al último minuto de partido. ¿El marcador? Empate a 83. Comenzaba un nuevo partido de un único minuto. Sesenta segundos que lo decidirían todo. Sesenta segundos que entrarían en la historia del baloncesto por la puerta grande.

John Stockton sube el balón y juega en el poste bajo con Karl Malone, defendido por Rodman. Un par de botes de espaldas al defensor y balón al otro lado, donde se encuentra Stockton. Recibe y anota el triple. La grada estalla al unísono. Tres puntos arriba y sólo 42 segundos por jugarse. Se puede acariciar el triunfo. La conexión Stockton-Malone vuelve a dar sus frutos, aunque con inviertan los papeles.

Es el momento de Michael. Recibe de Scottie tras el saque de banda, el balón ya es suyo. Frente a él Byron Russell, el hombre encargado de intentar frenar al mejor jugador del mundo con su pegajosa defensa. Russell estira sus brazos, poniéndolos en el pecho de Jordan. Ese pecho con el mítico número 23 serigrafiado junto a la palabra “Bulls”. Haciendo honor al nombre del equipo, Jordan embiste como un toro hacia la canasta, librándose de la defensa de Russell dejándolo atrás y evitando también el tapón de Malone. 

Los Bulls volvían a estar en el partido. La balanza volvía a oscilar, pesando cada vez más el lado de Chicago. Sólo restaban 37 segundos por jugarse.


Gritos de “Let´s go Jazz” resonaban en el pabellón. Por algo son considerados los aficionados más ruidosos de la NBA. Stockton vuelve a subir el balón para terminar dándoselo a Malone. La conexión no podía fallar. Siempre ha funcionado, y lo volverá a hacer en esta ocasión. Karl atrapa la bola, de espaldas a Rodman, preparándose para bailar en el poste cuando de la nada aparece una mano. Una mano negra, de dedos largos. Una mano que nunca tiembla. Una mano que siente el tacto rugoso del cuero y no quiere que ese contacto acabe ahí. Siente las costuras, y ese balón tiene que ser suyo. Tienen una relación especial, y el balón termina yéndose con él. Abandonando a Malone y pasando a ser de Jordan, que cruza el campo para acariciar el título. Russell vuelve a estar justo delante de él, acercándose cada vez más, apenas dejándole respirar. Antebrazo por delante para protegerse y hacia adentro, con Byron siempre a su lado. Pie derecho, pie izquierdo, de nuevo el derecho y  frenazo en seco para dar un pasito atrás. Apenas 6 metros le separaban del aro, pero decide frenarse en seco. De una forma tan brusca, tan inesperada, que Russell ya no está. Ha tocado el suelo, rindiéndose ante el mejor. Sólo puede observar cómo a 7 segundos del final, Jordan se eleva, gravita en la cancha. Rodillas flexionadas, pies mirando al aro y se levanta en suspensión. Los brazos se estiran, su muñeca derecha acompaña el balón hacia delante, acariciándolo hasta el último momento que sigue en contacto con la yema de su dedo más largo. El balón ya está en el aire, y gira. Gira durante un segundo. Un segundo que se hace eterno, avanzando impasible hacia el aro, formando un arco con un único final posible: canasta. 

De puntillas y con su brazo derecho estirado, ese brazo que acompañó hasta el último momento a la pelota guiándola en su camino, Michael sigue la trayectoria del balón. Sólo existe ese balón, no hay nada más. Más de 38.000 ojos mirando ese balón.

Canasta. Se acabó. Jordan lo ha hecho. El tiro a la desesperada de Stockton no entra y Chicago se proclama campeón.

El héroe lo celebra con seis de sus dedos al aire. Seis son las veces que tocó la gloria. El cielo lo ha tocado muchas veces más. Por algo es el Rey de Chicago, la ciudad del viento.


[ Enlace vídeo último minuto del partido: http://www.youtube.com/watch?v=8V_1ZxCN3nI ]

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